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Es una entetvista para leer largo y tendido y no perderse ni una coma!!
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‘Dietista Enfurecida’: «Consumir es más político que ir a votar cada cuatro años»
«El consumidor tiene poder como colectivo porque tiene dinero» o «la industria alimentaria engaña y vende pura basura» son algunas de las sentencias de la especialista en nutrición digestiva
Virginia Gómez es dietista, nutricionista y hace sus cameos como divulgadora en programas de televisión, redes sociales y desde hace unos meses, en eldiario.es. Su alias es ‘Dietista enfurecida’ y le enerva la desinformación, así como las malas prácticas de la industria alimentaria.
Desde sus perfiles en redes sociales proporciona información sobre nutrición y alimentación saludable para que la industria deje de ser la única fuente. Cree que el consumidor tiene poder «porque tiene dinero» y en un sistema capitalista aún funcionan las leyes de oferta y demanda. A su juicio, uno de los ingredientes de la mala alimentación en occidente se debe a la excesiva disponibilidad de productos poco o nada saludables y a los ritmos de vida del siglo XXI, que nos dificultan tomar buenas decisiones.
Ahora ha canalizado su ira en un libro de divulgación que lleva su alias, con el leitmotiv «Claves sobre alimentación para que no te dejes engañar» y editado por Zenith, del que comenta algunas claves con eldiario.es.
¿Cómo comemos en España?
Mal. En cualquier país occidental se come bastante mal. Por la disponibilidad de alimentos ultraprocesados a nuestro alcance tendemos a comer mal. Por nuestra forma de vida: nos pasamos el día trabajando, no tenemos tiempo para nada.
¿Comer sano es caro?
Comer mal es muy barato, muy disponible. Con poco dinero se puede comer bien; vale, no comes marisco o nueces de macadamia, pero puedes tener una alimentación equilibrada.
Empezó como ‘Dietista enfurecida’ en redes en 2013. ¿Cómo fue el comienzo?
Tenía una cuenta más política y era cuando estaban estas cuentas tipo ‘Masa enfurecida’, ‘Farmacia enfurecida’… Asociarlo a ‘Dietista enfurecida’ fue bastante rápido. Y bueno, para enfurecida yo, que tengo mucho que reivindicar. Mi principal batalla era y es reivindicar la figura del dietista-nutricionista, que la gente ni sabía que era una carrera. Somos los grandes olvidados; somos el único país de la Unión Europa que no incluye esta figura en la sanidad pública.
Por otra parte, por todo lo que es la industria alimentaria, que es Jauja, con todo lo que engaña, vendiendo pura basura… Como nuestro único altavoz eran las redes sociales, ahí estaba yo.
¿Por qué es necesario tener dietistas-nutricionistas en la sanidad pública?
Tenemos la falsa creencia de que un dietista vale para adelgazar. Cuando nos imagino en la sanidad pública destierro esa imagen. Creo que sería más interesante que trabajáramos en la prevención, en educación alimentaria, en enseñar a la gente. En prevención de obesidad, en su tratamiento y como especialidad para cada patología: en aparato digestivo, en oncología… Poder englobar las patologías que son susceptibles de ser tratadas, además de con medicamentos, con la alimentación.
¿Cómo influye la dietoterapia en determinadas enfermedades?
Para trastornos funcionales digestivos la dietoterapia es muy efectiva; puede resolverlos bastante bien y hoy es un servicio privado. Es más complejo que darle al paciente un papel porque es intolerante a la lactosa. Por ejemplo, un colon irritable requiere consulta personalizada y un seguimiento, pero [la dietoterapia] funciona muy bien y puede ahorrar muchos costes: medicamentos para los gases, para la motilidad intestinal… Si se canaliza bien, somos una buena inversión y podemos ahorrar mucho dinero.
¿Una dieta adecuada puede ayudar a prevenir enfermedades o ser un complemento al tratamiento?
Sí. Por ejemplo, en tratamientos de oncología, es importante estar bien nutrido. No hay dietas anticáncer, ni dietas que lo curen, ya quisiéramos, pero estar bien nutrido ayuda a la quimioterapia. Y si el paciente puede hacer ejercicio de fuerza, mejor todavía. Una mala alimentación y todo lo que lleve a la malnutrición… da un mal pronóstico. Es importante que la persona resista a los tratamientos.
Los libros de divulgación y los perfiles de nutrición están teniendo muchísimo éxito. ¿A qué cree que se debe?¿Ha crecido el interés por la alimentación?
Al no poder hacer divulgación desde la sanidad pública, las redes sociales son nuestra única ventana. También los libros. Creo que siempre ha habido mucho interés por la alimentación y de ahí que haya habido mucho mito. Que si la fruta engorda o fermenta en el estómago… Ha habido avidez pero las fuentes no eran demasiado buenas. Con las redes eso ha cambiado, aunque hay cada cosa… Creo que nos permiten divulgar y llegar a la gente.
¿Afectan las redes a los trastornos alimenticios?
Sí. Ahora son las redes sociales, antes eran las revistas y algunos programas de televisión. Toda la presión que ha habido, especialmente sobre la mujer, aunque ahora también es sobre el hombre, de culto al cuerpo… Las redes son una forma más que la industria tiene de presionar. De decir que tienes que estar así, que si no lo estás es porque no quieres, que lo tienes que desear muy fuerte… Y esto no funciona así, yo puedo desear ser jugadora de la NBA y no va a pasar. Existe una presión constante con la fuerza de voluntad. Nadie quiere tener sobrepeso, pero no es tan sencillo, no es cuestión de desearlo.
Me gustaría que hablásemos de gordofobia y obesidad. ¿Estar obeso es solo no saber comer?
Creo que puedes estar obeso y saber comer perfectamente. Cuando la gente come mal sabe perfectamente que está comiendo mal. Nadie come bollería pensando que está comiendo saludable. La parte teórica la puedes saber perfectamente, igual mejor que la mayoría porque has intentado informarte para salir de ahí. Pero cuando tienes obesidad todo te cuesta más; te cuesta más entrenar porque llevas un chaleco de 30 kilos, cuesta iniciar una rutina de entrenamiento, hay ciertos momentos en los que hay rechazo, aislamiento social… Y la parte emocional muchas veces la paliamos con comida, que también afecta. De la teoría a la práctica hay un trecho.
Estamos en un momento en el que los alimentos son más seguros que nunca, tenemos acceso a infinidad de alimentos saludables, a información sobre nutrición, pero los niveles de obesidad y malnutrición están por las nubes… ¿A qué se debe esta paradoja?
Puedes tener mucha información, pero también tienes gran cantidad de productos ultraprocesados variados a los que acceder muy fácilmente. Hay que tener la cabeza muy fría para ir a un supermercado y comprar lo que tienes que comprar, o para elegir en un restaurante. Los alimentos son seguros, sí, te garantizan que la bollería industrial no tiene salmonela, pero la calidad nutricional es otra cosa muy distinta.
¿Los consumidores tenemos la formación necesaria para elegir de forma saludable?
Hasta ahora, quien le ha dado la información al consumidor ha sido la industria alimentaria, que no va a tirarse piedras sobre su tejado. Ahora, con las redes sociales y las aplicaciones [que analizan el etiquetado] tenemos una ventana para decir ‘esto es una mierda aunque lleve vitamina C’.
Pero estas apps tienen una doble cara; por ejemplo, te indican qué patatas fritas son las ‘mejores’ del mercado y penalizan los frutos secos por ser altos en grasas…
Tenemos que entender que no es lo mismo calidad nutricional que calorías. Los frutos secos y el aceite de oliva son una maravilla, pero son muy calóricos. A la población general le cuesta diferenciar, se interioriza que si tiene calorías no es sano y viceversa y no es así.
En redes sociales hay muchas cuentas dedicadas a distintas tendencias alimentarias con recetas dulces y repostería saludable. ¿La repostería ‘fitness’ existe? ¿Es saludable desayunar a diario un bizcocho de dátiles y harina integral?
Se ve en algunas dietas como la cetogénica o la paleo en las que hay gente haciendo ‘paleomuffins’ o ‘ketomadalenas’ y no disocian que esa magdalena de dátiles está muy buena y es muy sana, pero tiene un contenido calórico altísimo. La pregunta que uno debe hacerse es: ¿vas a poder quemar todo lo que vas a comer hoy? Puedes hacer repostería de muy buena calidad nutricional, pero igual no es lo ideal para tus requerimientos diarios porque se compone de alimentos muy calóricos. La población general no necesita desayunar todos los días un bizcocho.
En el libro dedicas bastante espacio a los mitos alimenticios, ¿cuál es el que más le preocupa?
Uf, hay muchísimos. Diría que el de las horas de la comida; que si no puedes comer fruta por la noche, no comer hidratos por la tarde… Vi un libro en el que recomendaban no comer por la tarde nada que saliera de la tierra porque engorda. Ante eso, ¿qué haces? Es una cosa que no tiene ningún sentido. Lo que importa es lo que comes a lo largo del día, no la hora.
Las cuentas tipo realfooding, que llaman a eliminar los ultraprocesados y comer esencialmente materia prima… ¿Nos están volviendo un poco paranoicos?
Depende de cada persona. Creo que Carlos Ríos [el promotor del movimiento realfooding] ha tenido el punto de divulgar hacia mucha gente con unas ideas muy fáciles de seguir y mucho humor. La máxima: no comas ultraprocesados. Pero siempre hay gente con tendencia a desarrollar trastornos, eso siempre va a estar ahí. Hay gente con conductas muy cuadriculadas independientemente del realfooding.
Volviendo al supermercado, ¿consumir es un acto político?
Es más político ir a comprar que ir a votar cada cuatro años. Por ejemplo, ¿por qué hay más restaurantes vegetarianos que hace unos años? Porque hay más demanda. Es ley de mercado. Por eso es útil pedir a la gente que compre producto de temporada y de proximidad, producto local; no compréis naranjas de Sudáfrica, comprad de Valencia. Si dejas de comprar aquí, se deja de producir aquí. El consumidor tiene poder como colectivo porque tiene dinero.
A nivel político, ¿cuáles cree que deberían ser las prioridades en salud pública enfocada a la alimentación?
Que la información deje de proporcionarla la industria alimentaria. Que seamos los dietistas-nutricionistas la voz que informa y que realiza proyectos de prevención. Luego se pueden aplicar otro tipo de políticas como aumentar los impuestos a productos ultraprocesados, eliminarlos a las frutas y verduras… Se pueden hacer muchas cosas, pero la información y la educación tienen que estar por delante.
¿Qué opina de la regulación del etiquetado?
En España se intentó implementar el semáforo nutricional [un sistema que califica los alimentos con un sello rojo, ámbar o verde en función de sus ingredientes], pero las presiones de la industria lo echaron atrás. Es cierto que no era la información ideal, por ejemplo etiquetaba en rojo a los frutos secos por su nivel de grasa, pero era algo, un primer paso.
Y la publicidad de alimentación infantil… ¿debería regularse de otra manera?
Sí. En otros países se regula que no puedas regalar juguetes con comida basura o que los alimentos malsanos no lleven personajes dirigidos al público infantil.
También se habla de subir los impuestos a las carnes rojas por su impacto en la salud. Los nutricionistas coinciden en que la carne no es estrictamente necesaria, pero ¿gravarla no crea clases en el consumo?
Yo no gravaría carnes y pescados por una cuestión de salud. Sí las carnes procesadas y los embutidos. Quizá sí por cuestión de consumo de recursos naturales; tener un filete en el plato implica más consumo de recursos que unas lentejas. Y rebajar o eliminar los de frutas, verduras y legumbres, lo más sano.