Bueno, pues la verdad es que ya sabíamos bastante de esto, pero no está de más advertir como están cambiando las cosas en nuestros hábitos alimentarios. Y si, la industria alimentaria es una de las grandes responsables, nos tememos. Buen artículo desde vitonica.com
Parece que cada día estamos más concienciados de la importancia de mantenernos sanos, de hacer ejercicio físico y de mantener una dieta saludable y equilibrada. Sin embargo, la epidemia de obesidad es algo muy real y que crece cada día. ¿Qué está pasando? ¿Acaso comemos más o peor? ¿Puede ser que nos movamos menos?
Según el Centro de Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos, la mujer estadounidense promedio pesa en 2015 lo mismo que pesaba el hombre en 1960; esto es, 75,43 kilogramos. Lo grave no es eso, ni mucho menos: lo grave es que desde los años 60 el hombre y la mujer estadounidenses promedio han engordado unos 13 kilos, habiendo crecido solo un par de centímetros. «¿Cómo es posible?», te estarás preguntando. Repasamos los posibles factores que nos llevan a la obesidad.
Tabla de Contenidos
Hemos cambiado de alimentos favoritos
Obviamente no comemos lo mismo que en los años 60: la industria de la alimentación ha cambiado, y con ella nuestros hábitos alimenticios. Os recomiendo echar un vistazo a esta página de National Geographic en la que disponemos de mapas interactivos que nos informan sobre qué tipo de alimentos y en qué porcentaje se han consumido a través de los años en distintos lugares del mundo.
Para que nos hagamos una idea y ya que hemos comenzado hablando del estadounidense promedio: durante la década de los 60 en Estados Unidos se consumía una media de 2.882 kilocalorías por habitante y día, que ya es bastante. Esta cantidad ha subido hasta las 3.641 kilocalorías en 2011, y suponemos que siguiendo en la misma línea, habrá seguido subiendo hasta el día de hoy. ¿1.000 kilocalorías más para el mismo (o menos) esfuerzo?
Si volvemos al gráfico que nos ofrece la web podemos ver que hay un sector morado en el que han aunado el consumo de azúcares y aceites vegetales. Mientras que el consumo de azúcar incluso ha decrecido un 2% entre los años 60 y 2011, el consumo de aceites vegetales se ha disparado, pasando del 10% al 19%: casi el doble.
Quizás cuando escuchamos hablar de aceites vegetales lo primero que se nos venga a la cabeza sea el aceite de oliva, pero no es el alimento predominante en este grupo. Los aceites vegetales se utilizan en la industria una vez hidrogenados y sus efectos en el organismo son los mismos que los de las grasas saturadas, fervientemente no recomendadas por médicos y nutricionistas ya que están relacionadas con la aparición de enfermedades coronarias, entre otras. Su consumo se ha disparado debido a su bajo coste de producción y su posible aplicación a muchos productos como bollería, chocolatinas, barritas energéticas (sí, las que son «súper sanas»)… El rey de estos aceites es el aceite de palma.
¿Y qué ha pasado en España?
El consumo de alimentos en España también ha cambiado: según la web de National Geographic, que está basada en los datos de FAOSTAT (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), los españoles hemos pasado de consumir 2634 kilocalorías por persona y día en 1960 a las 3187 kilocalorías diarias de 2011. Casi 500 kilocalorías más para el español promedio, que pasa la mayor parte del día sentado ante un ordenador.
esde 1960, España ha aumentado considerablemente su consumo de carne (de 135 gramos diarios en 1960 a los casi 380 gramos en 2011) y ha descendido el de vegetales (unos 90 gramos menos entre los 60 y 2011. Al igual que en Estados Unidos, el consumo de aceites vegetales se ha duplicado a lo largo del tiempo, lo cual ha supuesto un aumento considerable de calorías en nuestra alimentación diaria.
Sorprende ver como, a pesar de que España es uno de los países que tradicionalmente sigue la dieta mediterránea, también es uno de los que tiene el consumo más bajo de cereales, con un 21% de las calorías de nuestra dieta provenientes de ellos. Esto es llamativo si lo comparamos con el consumo global de cereales, que suponen un 45% de las calorías diarias a nivel mundial.
La industria sirve al dinero, y no al consumidor
¿Y qué dice la industria con todo esto? A la industria le parece fenomenal porque, como industria que es y cuyo fin es obtener beneficios, pueden vender más y mejor. Eso sí, omitiendo la información que les parece adecuada o dando a entender cosas que no son.
Un ejemplo de lo que acabamos de ver: las grasas hidrogenadas del aceite de palma, que actúan en nuestro organismo como grasas saturadas, pueden venderse con la leyenda «100% vegetal». Si tradicionalmente le hemos otorgado a los vegetales un montón de bondades (que las tienen), ¿quién no se va a fiar de algo que es 100% vegetal? ¡Estaríamos locos! (o no).
Lo mismo con todo tipo de productos: yogures que se anuncian «sin grasa» pero que no advierten de que llevan casi 20 gramos de azúcar, galletas «bajas en calorías» siempre y cuando solo te comas media, pechuga de pollo que contiene un 50% de cereales y harinas… Y así ad infinitum.
¿Qué podemos hacer nosotros como consumidores ante esto? Reclamar nuestra educación nutricional y leer las etiquetas de lo que compramos. No es necesario que estés a dieta para que lo hagas: simplemente se trata de informarse, de saber que lo que estás comprando se corresponde realmente con lo que quieres consumir y de que no te tomen el pelo con eslóganes pegadizos o mascotas súper simpáticas.
Todos somos runners… pero nos movemos menos
Parte de la responsabilidad de la epidemia de obesidad que atravesamos la tiene también la falta de movimiento de nuestra sociedad. «¡Pero si los gimnasios están llenos! ¡Y las calles plagadas de runners!» Sí, es cierto, pero sigue siendo un porcentaje muy bajo de la población el que decide hacer ejercicio de forma regular y cambiar de estilo de vida. Concretamente, solo 4 de cada 10 españoles habían optado en 2014 por introducir el entrenamiento en su rutina.
El concepto de «estilo de vida» es importante: a muchos se les llena la boca diciendo que van al gimnasio o que salen a correr durante una hora todos los días, lo cual me parece estupendo. Oye, y las 23 horas restantes, ¿qué haces? Salir de la cama, bajar en ascensor hasta el garaje, conducir hasta el trabajo, subir en ascensor a la oficina, sentarte ocho horas delante del ordenador, volver a bajar en el ascensor, conducir otra vez a casa y sentarte en el sofá no es un estilo de vida activo. Aunque corras durante una hora. Aunque corras durante dos.
Lo cierto es que tenemos muchas facilidades, sobre todo tecnológicas, que nos hacen la vida más sencilla y más simple, pero también más sedentaria. Pequeños cambios como ir andando al trabajo, subir las escaleras, salir más a pasear, jugar con los niños, pasear y jugar con nuestras mascotas y, sí, también hacer deporte, son gestos que pueden cambiar nuestro día a día y nuestra salud a largo plazo. Son cosas que se hacían más antes, y que hemos ido perdiendo con el paso del tiempo.
Quizás sea «un combo» de todas estas cosas lo que ha hecho que hayamos subido tanto de peso en tan poco tiempo. Lo importante en este momento es decidir hacia dónde vamos a partir de ahora. Industria, educación, responsabilidad personal: todos deberíamos ponernos de acuerdo para realizar un cambio a nivel global que nos beneficie. ¿Creéis que es posible?