Pues cada vez que buceo un poco en algún escándalo en donde alguna gran empresa de la industria X ha estado falseando documentos, pruebas, etc…salen demonios de todas partes y de industrias adyacentes.
En el poco estudiado caso de la industria alimentaria, esto se multiplica por diez. Al parecer está todo rodeado de engaños al respecto, y el caso que hoy tratamos, es especialmente dañino pues se pone la ciencia como bandera: los estudios «cientificos» de las industrias alimentarias.
Ale, buen finde!
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No es solo el azúcar, cientos de industrias tratan de engañarnos: tenemos un problema y es hora de buscar soluciones
La industria azucarera pagó durante décadas a científicos y financió cientos de estudios para culpar a las grasas de las enfermedades cardíacas y exculpar al azúcar. La publicación de más estudios como estee análisis de documentación de archivo le podrían amargar el día hasta al mismísimo Charlie y su fábrica de chocolate.
Pero no es, ni muchísimo menos, el único caso: la historia del estudio científico de la nutrición está llena de trampas, sobornos y medias verdades que han nutrido (o intentado nutrir) las recomendaciones de las autoridades de medio mundo comprometiendo su credibilidad hasta límites insospechados. Por el amor de Dios, si trataron de convencernos de que el mosto nos hacía mejores conductores, son capaces de cualquier cosa.
Las «casualidades» de la investigación nutricional
Al caso de respetados investigadores de Harvard recibiendo lo que serían más de 50.000 dólares de hoy en día por trabajos sobre las grasas saturadas, hay sumar las revelaciones que ponían al descubierto el intento de Coca-Cola para desvincular sus productos de la obesidad o, hace solo un par de meses, el estudio que decía que el zumo de arándano era bueno contra las infecciones urinarias. Un estudio que, todo hay que decirlo, se realizó con mujeres que no tenían infección urinaria. ¿Qué podía salir mal?
Por muy nocivo que sea un producto, siempre tiene (un estudio financiado por la industria que encuentra) algo positivo
Marion Nestle, a pesar de lo que el nombre podría hacernos pensar, es uno de los azotes de la industria en estos temas. Esta profesora de la Universidad de Nueva York suele decir que puede reconocer los estudios que han sido financiados por la industria con solo ver el nombre.
Y no, no es un súperpoder, es que resulta muy fácil: el estudio del zumo de uva que enlazaba al principio del artículo se llama «Zumo de uva, función cognitiva y rendimiento al volante«, dice que el consumo de este tipo de zumo mejora nuestras habilidades conductoras y, casualmente, está financiado por Welchs, una empresa norteamericana que lleva haciendo zumos de uva desde 1869.
Hay más. Una revista del British Medical Journal publicó un estudio llamado «Ingestión de nueces en adultos con riesgo de diabetes» y, según explica, la inclusión de las nueces en la dieta de pacientes con diabetes hace maravillas. Si bajan hasta casi el final verán quien financió el estudio: la Comisión Californiana de la Nuez. Seguimos para bingo, porque no se piensen que es una cosa aislada.
Un sesgo sistémico y peligroso
En 2007, David Ludwig y su equipo del Hospital Infantil de Boston realizaron un metaanálisis para estudiar si la financiación privada sesgaba la investigación. En él se descubrió que de los 52 estudios independientes que analizó, 20 de ellos fueron desfavorables.
En cambio, de los 24 estudios financiados por la industria que analizó, solo 3 no fueron favorables. Es decir, la tasa de éxito se redujo del 38% al 12’5. Y los trabajos de Nestle bajan esa cifra por debajo del diez por ciento: de los 168 estudios financiados que ha revisado, sólo doce son negativos.
Los estudios financiados por la industria son entre cuatro y ocho veces más favorables que los independientes
En esta revisión sistemática de bebidas azucaradas (batidos, zumos o gaseosas) realizada por investigadores de la Universidad de Navarra encontró que los estudios financiados por la industria son entre cuatro y ocho veces más favorables a los productos que los independientes.
Puede parecer una curiosidad histórica, pero lamentablemente no. En el caso del azúcar, la industria consiguió que en 1977 el Departamento de Agricultura de EEUU recomendara reducir al máximo las grasas saturadas, empujando a las hambrientas masas de consumidores a los productos ultraazucarados y creando un inmenso problema de salud pública.
¿Por qué ocurre esto?
Hay varios problemas transversales que afectan a la relación entre la ciencia y las empresas. El primero, sin lugar a dudas, es la financiación. Aunque siempre hay problemas de financiación a ojos de los científicos, es cierto que hay áreas más sexis (para la financiación) que otras. Y hacer el enésimo test de un zumo de melocotón no es especialmente atractivo.
El principal problema no es el fraude, sino que la industria da relevancia a voces minoritarias
Además, la nutrición es un área muy cercana a los productores. Y no sólo por este tipo de estudios, sino sobre todo por el I+D. En la mejora de productores tradicionales y en la creación de variedades nuevas intervienen muchos científicos (independientes o no) y eso hace que entre la academia y la industria exista un flujo permanente de personal, recursos e información.
Pero seguramente el mayor problema es que, en ciencia, la corrupción no suele ser tan burda, es más sutil. ¿Por qué la industria del alcohol suele financiar estudios sobre enfermedades cardiovasculares y no sobre cáncer? Porque el alcohol causa cáncer, pero en ciertas circunstancias puede ser cardioprotector (o ni eso).
La ciencia no deja de ser una conversación abierta entre investigadores que no están de acuerdo y la mayoría de las veces, los investigadores que han hecho los estudios que hoy comentamos creen realmente en lo que dicen. La financiación privada actúa desequilibrando la conversación: gracias a sus recursos, voces minoritarias adquieren más relevancia de la que tendrían en circunstancias normales y crean la ‘duda razonable’ en la mente del consumidor.
Por qué lo llaman ciencia cuando quieren decir marketing
En un mundo construido alrededor de la confianza, este tipo de prácticas amenazan con comprometer la salud de buena parte la sociedad. Cuando no debilitan la credibilidad de las instituciones, promueven la desinformación y las pseudociencias entre la opinión pública.
Pero lo cierto es que la mayor parte de los científicos no participan de este tipo de prácticas. Y es que la industria ha tratado, insistentemente, de apropiarse del prestigio social de la ciencia y, por el camino, la han comprometido hasta llegar el punto en que, un consumidor medio, no sabe qué pensar. ¿Qué es bueno? ¿Qué es malo? ¿Cómo podemos estar seguros si hasta los expertos en los que confiamos nos engañan? ¿Qué podemos hacer?
No hay respuestas fáciles. Y en este mundo, menos aún. Pero la mejor estrategia a largo plazo es confiar en los consensos científicos. Porque, aunque vemos que pueden llegar a estar sesgados, son la mejor forma que disponemos para acercarnos, poco a poco, a la verdad.