Hay que coger todo esto con pinzas.
Aún así y aunque sea una medida poco contrastada o que venga de unas medidas científicas desactualizadas, hay que llevarlas a cabo.
Nuestro desconocimiento actual sobre el covid-19 hace que todas las medidas sean buenas con tal de salvar el mayor número de muertes posibles.
Vamos vamos!!
Que a casi estamos fuera de la desescalada del confinamiento.
La desactualizada ciencia sobre la que se asentaron los «dos metros» de distancia social
Ciudadanos apoyará el decreto de transición a la «nueva normalidad» planteado por el gobierno. Lo hará tras obtener varias concesiones por parte del ejecutivo, entre ellas la reducción de la distancia de seguridad obligatoria en espacios públicos. Pasará de los 2 metros vigentes a los 1,5, un rango previsto originalmente en el plan de desescalada del gobierno. Comercios y restaurantes podrán ampliar aforo.
¿Pero qué sentido tiene? Para entenderlo conviene saber de dónde surge la recomendación de distanciarse unos metros.
La teoría. Junto a lavarse las manos regularmente y el uso de mascarillas, mantener la distancia es una de las principales recomendaciones para prevenir contagios. Las directrices varían de país a país. La Organización Mundial de Salud aconseja una distancia de un metro, posición sostenida por China, Francia y Dinamarca; Alemania, Países Bajos y Portugal se van al metro y medio; España y Reino Unido, a los dos.
Disparidad. ¿Por qué hay directrices tan dispares? Porque la viabilidad de algunos eventos o comercios depende de ello. Una menor distancia, en teoría, tiene mayores riesgos sanitarios, pero también mayores beneficios económicos. En Reino Unido lo estricto de la norma (dos metros) ha sido motivo de disputa y crítica entre los miembros del gobierno y los colectivos de la hostelería; como también ha sucedido en España.
Es, pues, una cuestión abierta. En gran medida por lo endeble de la ciencia.
El origen. Al fin y al cabo los «dos metros» se remontan a un trabajo elaborado en los años treinta. William Wells, investigador en la Universidad de Harvard, deseaba saber cómo se contagiaba la tuberculosis. En su estudio categorizó dos tipos distintos de «gotículas» que los humanos exhalaban y transmitían a los demás: unas más grandes y homogéneas (esputos y mucosas) y otras más pequeñas y difusas («aerosoles»).
El radio de acción de unas y otras variaba. Las primeras llegaban más lejos, hasta dos metros, y se evaporaban con lentitud, contaminando superficies mediante las que podían contagiarse otras personas. Las segundas se evaporaban con rapidez, formando partículas residuales en suspensión. Una dicotomía aceptada hasta hoy que ha servido como base para las recomendaciones frente a una amplia gama de enfermedades.
Demasiado fácil. Una dicotomía en muchos sentidos desactualizada. Como se desarrolla en este artículo, otros estudios han expandido el conocimiento divulgado por Wells hace casi un siglo. Hoy sabemos que los esputos que emitimos cuando respiramos o estornudamos no son binarios (grandes o pequeños), sino que se proyectan a través de una «nube» de aire cálido capaz de transportarlos hasta siete ¡u ocho! metros.
Este continuum de humedad permite que las gotículas y aerosoles se evaporen con mayor lentitud, prolongando su vida de unos meros segundos a varios minutos. Sí, contaminando superficies lejanas. Sí, manteniéndose en suspensión durante más tiempo. Multiplicando los riegos y haciendo insuficientes los ya célebres «dos metros».
Matices. Ahora bien, los estudios específicos sobre el SARS-CoV-2 escasean. Algunos elaborados en China apuntan a un radio de acción del virus muy por encima de los dos metros de distancia, si bien sólo en hospitales y espacios cerrados. Sabemos que la supervivencia y el impacto de las gotículas depende de la humedad ambiental, la temperatura, la incidencia del sol o las condiciones del viento. Pero no cómo exactamente.
Incógnitas. Es decir, tenemos más incógnitas que certezas. Hay un gran vacío de conocimiento aún por rellenar, lo que relativiza la severidad de las recomendaciones. Ni siquiera tenemos claro hasta qué punto el virus, ya sea en gotitas o aerosol, tiene capacidad de contagio aunque se proyecte hasta siete metros o sobreviva ambientalmente durante horas. Todo parece indicar que al aire libre las infecciones son mínimas.
Poco a poco. Es algo que está cambiando. Hace algunas semanas The Lancet publicaba una revisión de casi dos centenares de estudios sobre la dinámica de transmisión del virus. Su conclusión: mientras que el riesgo de contagio a un metro de distancia es del 13%, se reduce al 3% cuando ponemos dos metros de separación. Pero se trata de un modelo preliminar que no tiene en cuenta las múltiples variables que afectan al contagio.
Es decir, son pistas, datos provisionales, no certezas absolutas.
Precaución. De ahí que la recomendación de gobiernos y OMS al respecto parezca arbitraria. Porque en muchos sentidos, como sucede con las mascarillas, lo es. ¿Por qué dos metros y no tres? Era un umbral que las autoridades tenían a mano, no uno sostenido por una robusta ciencia, y por tanto maleable en función del interés y la presión política (como ha sucedido en España y como puede suceder en otros países).
Las autoridades siguen un principio de precaución epimediológica. Cuanto más distanciados, mejor, a falta de certezas mejores. Pero el equilibrio entre precaución sanitaria y ganancia económica difiere país a país. Y por tanto la recomendación es reversible o modificable.
Imagen: Daniel González/GTRES