Y es que el que esto escribe, aún recuerda lo que era aburrirse los veranos en la plazoleta o en un descampado sin nada que hacer…Pero con un par de amigos, y algo de ingenio, era básicamente momentáneo que ya buscábamos trastadas que hacer en un periquete!
¿O no?
Tabla de Contenidos
Niños en vacaciones: por qué es positivo que se aburran un poco
+ El aburrimiento tiene mala prensa: nadie quiere aburrirse, y muchos adultos se sienten en la obligación de impedir que sus hijos lo padezcan
+ Sin embargo, los expertos recomiendan que los niños tengan todos los días un poco de tiempo libre durante el cual puedan aburrirse un poco
+ De ese modo, se favorece la creatividad y el aprendizaje de los pequeños, así como su autonomía y la capacidad de tomar decisiones por sí mismos
Llegan el verano y las vacaciones y muchos niños, de pronto, pasan a tener mucho más tiempo libre que durante el resto del año. Y, junto con ese tiempo libre, una frase a la que un buen número de padres le tienen auténtico temor: «¡Me aburro!». A menudo los adultos asumen ese aburrimiento como un problema propio, y se ponen a buscar actividades para que sus hijos tengan algo que hacer. Es decir, estructuran ellos el tiempo de los pequeños. Hacerlo de forma permanente puede resultar un problema.
Aburrimiento, creatividad y aprendizaje
¿En qué se relaciona el aburrimiento con la creatividad y el aprendizaje? Pues es simple: el niño en general se aburre cuando carece de actividades preestablecidas, y este es el mejor estímulo para pensar en cosas que hacer, es decir, para que cree sus propias motivaciones. «Tendrá en definitiva que automotivarse, y no les quepa duda de que lo hará», asegura Guillermo Cánovas, director del Observatorio para la Promoción del Uso Saludable de la Tecnología (EducaLike), en un artículo publicado en su blog. Un palito, unas piedras, las pinzas para la ropa o un folio en blanco y unos cuantos rotuladores serán, entonces, las claves para que el niño empiece a crear.
«Muchas veces los adultos nos sentimos responsables de organizarles una agenda formativa y de ocio a nuestros hijos y nos sentimos mal si tienen un minuto libre en el que puedan aburrirse», explica por su parte la psicóloga Sabina del Río Ripoll, directora del Centro de Psicología y Especialistas en Maternidad. «No nos damos cuenta de que el aburrimiento en los niños también es algo muy necesario para que ellos creen, piensen, fantaseen».
La imaginación y la fantasía en riesgo
Esta necesidad de aburrirse un poco consiste, en realidad, en la necesidad de tener verdadero tiempo libre, de que no todos sus momentos tengan actividades planificadas de antemano. Si el niño no tiene ese tiempo libre «se reduce la capacidad para la imaginación, la fantasía y la simbolización», especifica el psicólogo infantil Jordi Artigue Gómez, miembro de la Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente (SEPYPNA).
Según Artigue, si a uno de estos niños que carecen de tiempo para aburrirse y automotivarse se le entrega una hoja en blanco y se le pide que invente un dibujo, es probable que pregunte «qué tiene que hacer», porque le cuesta mucho dejar volar su imaginación. «Se reduce la capacidad creativa y, hasta cierto punto, la exploración natural y la curiosidad», apunta el especialista.
Hay estudios que lo demuestran. Científicos de Estados Unidos publicaron en 2014 un trabajo que indica que cuanto mayor es el tiempo que los niños realizanactividades muy estructuradas, sus funciones ejecutivas -es decir, su autonomía y su capacidad de resolver problemas por sí mismos- son menores. Y viceversa: a mayor cantidad de actividades poco estructuradas, estas funciones ejecutivas son mejores. Por ello es fundamental que los niños tengan todos los días un lapso de tiempo libre, durante el cual puedan aburrirse un poco, pero en el que terminarán decidiendo qué hacer y cómo han de aprovecharlo.
Del «niño mueble» al niño en un altar
Hasta hace no muchos años, los niños se aburrían y nadie reparaba demasiado en esa situación. En los largos días de verano, los pequeños salían a jugar y sus padres no sabían de ellos durante horas. Ese tiempo libre se ocupaba con juegos, con imaginación y con las aventuras que cada uno se atreviera a correr. Pero en los últimos años se ha producido un cambio de paradigma.
La periodista barcelonesa Eva Millet publicó en 2015 el libro Hiperpaternidad, que lleva como subtítulo: «Del modelo mueble al modelo altar». Se refiere a una frase que, cuenta la autora, repetía su abuela acerca de cómo había que tratar a los niños cuando tenían un berrinche, por ejemplo porque se aburrían: «Como si fueran muebles». Es decir, no hacerles ningún caso. El «modelo altar» es la característica de la hiperpaternidad: los niños ocupan el lugar central y sus padres están siempre ahí, atentos a satisfacer todos sus pedidos y deseos.
El peligro de la sobreestimulación
Una de las más graves consecuencias de planificar actividades para todo el tiempo de los niños, y no dejarles verdadero tiempo libre, es la sobreestimulación a la que resultan expuestos. Una sobreestimulación que se incrementa a través del uso de dispositivos con pantallas electrónicas: tabletas, teléfonos móviles, ordenadores, videojuegos, televisión.
Expertos en neuroplasticidad y aprendizaje de la Universidad de Granada han estudiado los efectos de los estímulos complejos a edades muy tempranas, y de cómo pueden influir sobre el aprendizaje. La conclusión , según explicó la psicobióloga Milagros Gallo, directora del equipo, fue que «el entrenamiento en tareas demasiado complejas, antes de que el sistema esté preparado para llevarlas a cabo, puede producir deficiencias permanentes en la capacidad de aprendizaje a lo largo de la vida». Los riesgos, en consecuencia, van más allá de reducir las capacidades creativas y de abstracción de los niños.
¿Qué hacer, entonces? Pues dejar que los niños resuelvan por sí solos el «problema» del aburrimiento. Procurar que dispongan todos los días de tiembre libre auténtico, sin actividades programadas ni que se rellenen con pantallas o con tareas impuestas por otras personas. Como señala Guillermo Cánovas, los adultos pueden interactuar y jugar con los niños si ellos lo piden, pero no organizar ni dictar las normas.
Y también incentivarlos a que disfruten de la naturaleza, sobre todo en estos días de verano: que vean, toquen, huelan, oigan y, en general, experimenten el mundo. Así, el aburrimiento durará cada vez menos: el propio niño descubrirá la interminable cantidad de formas en que se puede disfrutar del tiempo libre.